Nací en Lanus en 1975, me crié en el barrio de Piñeyro en Avellaneda junto a mi querida familia (padres, hermanos, tíos, abuelos, amigos) que me acompañaron y me ayudaron en todos los momentos. La infancia me encontró con el barrio, los chicos y el fútbol-como decía Sacheri-no el de Independiente, Racing o River…el fútbol en serio, el que jugábamos nosotros, el que se juega de cordón a cordón con cuatro piedras, el que se acaba recién cuando la pelota no se ve o cuando nuestra vieja nos gritaba que entremos a bañarnos…el mundo era solamente eso, un espacio breve iluminado a penas por la luz de mercurio de la esquina y una pelota ensopada por la zanja…
Me siento inmensamente agradecido a la “música” que me enseño a vivir las heridas absurdas, a leer, viajar, conocer y darme la oportunidad –como decía Unamuno- de sentir el pensamiento y pensar el sentimiento. A los artistas, que hacen que una persona se transforme en una mejor persona, fundamentalmente a los músicos que viven dándome abrazos tan sagrados con sus notas, que es difícil pensarme sin ellos.
A mis profesores y compañeros increíbles de la educación… solidarios, buenos, críticos, ideológicos que me hicieron volver a llenarme los pulmones del aire frío y volver a ver la luz moribunda de las siete en agosto, que me educaron, no enseñándome a repetir, sino a tener voz propia.
Soy músico, docente, toco el bandoneón y evoco siempre al pasado, escuchando a mis mayores, que han aprendido lo esencial viviendo…

 

Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

Los justos (del libro "La Cifra" de Jorge Luís Borges)